La culpa es del gato


El gato estaba esperándome en la puerta de mi casa. Exhibía un color blanco alternado con manchas cafés. Me miraba vigilante mientras abría la puerta, y luego, sin vacilar, entró.


Ese día fue el comienzo de mi tormento.


Se acostó en mi sofá, pero yo no iba a permitir tal intromisión ni un minuto más. Me acerqué a él con cautela esperando alguna reacción salvaje, pero no hizo nada. Sin reparos lo agarré y tiré fuera.


Al día siguiente cuando me levanté para ir al trabajo, allí estaba, en el mismo lugar, acostado. ¿Habría pasado la noche en mi casa? No lo sé, pero sólo pensarlo me llenaba de cólera. Antes de salir revisé las ventanas y cerré las pocas que quedaban abiertas. El observaba cada uno de mis pasos. Lo tomé de nuevo y lo eché, luego fui a trabajar.


Al llegar, otra vez estaba en el sofá. Tan tranquilo, como si yo tuviese que aceptarlo. Ya estaba perdiendo toda mi paciencia, y esta vez lo arrojé con mala gana. Él, impávido como siempre. Me dormí un rato después de un fugaz almuerzo. Al despertar, en la sala, allí estaba. Cernía su cuerpo sobre el estampado de mi sofá; me estaba retando. Esto ya era demasiado, lo sujeté, lo puse en la calle, cerré todo con llave y me senté en el sofá. Lo estuve esperando hasta el anochecer, y luego de ir al baño y comer, volví a hacer guardia. El sueño me venció y quedé dormido en el sofá. Al día siguiente entré al cuarto para vestirme, el gato dormía en la cama. Llegué al límite. Fui a buscar un bate para acabar con el intruso, cuando llegué, no estaba. Al parecer comprendía quién era el jefe.


Tranquilo salí decidido a trabajar, pero de nuevo en casa, el gato me esperaba en el sofá. Sonreí. Esto tenía que acabar. Pasé de largo y preparé una suculenta comida condimentada con veneno para ratas. Se la puse cerca y luego me fui a dormir. No salí hasta el día siguiente; y en la mañana, el animal seguía vivo, no había probado bocado. Tiré la comida a la basura y llamé a mi jefe para reportarme enfermo y no ir a trabajar. Hoy mismo tenía que acabar con el problema. Busqué el bate otra vez pero ya no estaba. Era como si pudiese leer mis pensamientos. Sentado unas veces en el sofá y otras haciendo rondas por toda la casa; pasé el resto del día, y en la noche, me mantuve despierto. Llamé de nuevo al trabajo, el exceso de cansancio era insoportable. No había señas del gato. Me quedé dormido y al asomarme, por enésima vez miré al condenado gato blanco acostado en mi sofá.

El teléfono sonó, eran amigos me llamaron para invitarme a salir al cine, acepté. Cuando salía, lo volví a poner fuera; aunque supe que era algo inútil. Durante la película, en mi mente sólo estaba la imagen del gato; me lo imaginaba ya paseando por la casa, descansando en el sofá, postrando sus patas por encima de mi comedor y arañando las cortinas. Me embargó la desesperación y salí corriendo a casa. Al llegar, no estaba. Me volteé para cerrar la puerta y cuando volví la mirada, allí estaba, esta vez sentado en frente mío. Le lancé una patada pero fallé. Era rápido el felino. Dio a parar en su trono, mi sofá. Me fui a acostar. Tal vez era mejor dejar las cosas así. Pero no, no pude dormir pensando en que convivía con alguien indeseado. Me paré en la madrugada. Él dormía, debía aprovechar la oportunidad. Con cuidado apelé por una plancha que estaba cerca, sin embargo, justo cuando estaba a punto de acabar con el problema, el teléfono resonó, y el indeseado dio otro brinco y se paró en la puerta principal. Era número equivocado, el destino jugaba a favor del enemigo. No pude dormir.

Al día siguiente ni siquiera me molesté en justificar mi ausencia al trabajo. Simplemente no fui. Decidí deshacerme del sofá. Lo puse en la calle. No volvió ese día. ¿Había ganado?. Claro que no. Todavía quedaban otros muebles para habitar, y así lo hizo. Me deshice de todo. El gato seguía regresando en cada uno de mis descuidos, sólo que ahora se acostaba en el piso. Dejé de ir a trabajar. Día tras día, era lo mismo. A veces no comía. Dejé de bañarme un largo tiempo. ¡Tenía que hacer guardia! Comencé a sufrir de insomnio. Me despidieron. Deserté ante la sociedad. El gato siempre podía burlar mis planes.

Conseguí un arma, pero lo único que logré fue destruir unas cuantas ventanas y adornar con agujeros la sala. Mi vida era un desastre y lo único en que podía pensar era en cómo deshacerme del gato. El gato, el gato, el gato, en mis sueños, convirtiéndolos en pesadillas. Sentado en el sofá desafiando mi autoridad con su presencia. Mientras tuve teléfono llamé a veterinarios, programas radiales, a desconocidos, a todos les planteaba mi problema y sólo escuchaba sus risas mientras colgaban la llamada. Estaba desesperado y tomé una decisión drástica: vendí la casa.

No pude disfrutar el poco dinero. Había adquirido muchas deudas por mi falta de empleo. Sólo entre las cuentas en pastillas para dormir y la del teléfono, era astronómica la suma. No importaba. Nunca más vería al gato blanco con manchas café.


No tuve opción: Me fui a vivir a la calle, abajo de un puente que estaba cerca de mi antigua vivienda. Nadie quería recibirme, me había ganado fama de loco entre mi reducida familia y amigos. Pero yo no estaba desquiciado, nadie comprendía que todo era culpa del gato. La primera noche dormí tranquilo, el suelo era incómodo, pero al menos estaba solo. Duró poco la ilusión de soledad; al despertar, a mi lado estaban unas cuantas manchas cafés con cuatro patas; me quedé horas observándolo, sin hacer el más mínimo movimiento; como siendo controlado a merced del animal. Las personas que pasan a mi lado y sienten lástima, tampoco comprenden. Les digo: ¡Es él! ¡Todo es su culpa! ¡Yo tenía casa y trabajo! ¡Es el gato!. Ellos sólo hacen como si no me escucharan y siguen de largo.

Ahora que lo pienso bien, yo también hice lo mismo con otros, allá mientras tenía una vida diferente. Tal vez tuvieron el mismo problema.Aún hoy cuando escribo estas memorias, él me acompaña; sólo espero que estas palabras lleguen a la mayor cantidad de personas posibles, debo decirles a todos que no abran la puerta si un gato les espera. Aún así, no he perdido la esperanza de poder vivir aunque sea un día más sin el felino a mi lado... aunque, estoy casi seguro de que cuando muera él estará en la esperando que alguien abra la puerta del más allá poder colarse hasta algún sofá.

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