El gato estaba esperándome en la puerta de mi casa. Exhibía un color blanco alternado con manchas cafés. Me miraba vigilante mientras abría la puerta, y luego, sin vacilar, entró.
El teléfono sonó, eran amigos me llamaron para invitarme a salir al cine, acepté. Cuando salía, lo volví a poner fuera; aunque supe que era algo inútil. Durante la película, en mi mente sólo estaba la imagen del gato; me lo imaginaba ya paseando por la casa, descansando en el sofá, postrando sus patas por encima de mi comedor y arañando las cortinas. Me embargó la desesperación y salí corriendo a casa. Al llegar, no estaba. Me volteé para cerrar la puerta y cuando volví la mirada, allí estaba, esta vez sentado en frente mío. Le lancé una patada pero fallé. Era rápido el felino. Dio a parar en su trono, mi sofá. Me fui a acostar. Tal vez era mejor dejar las cosas así. Pero no, no pude dormir pensando en que convivía con alguien indeseado. Me paré en la madrugada. Él dormía, debía aprovechar la oportunidad. Con cuidado apelé por una plancha que estaba cerca, sin embargo, justo cuando estaba a punto de acabar con el problema, el teléfono resonó, y el indeseado dio otro brinco y se paró en la puerta principal. Era número equivocado, el destino jugaba a favor del enemigo. No pude dormir.
Al día siguiente ni siquiera me molesté en justificar mi ausencia al trabajo. Simplemente no fui. Decidí deshacerme del sofá. Lo puse en la calle. No volvió ese día. ¿Había ganado?. Claro que no. Todavía quedaban otros muebles para habitar, y así lo hizo. Me deshice de todo. El gato seguía regresando en cada uno de mis descuidos, sólo que ahora se acostaba en el piso. Dejé de ir a trabajar. Día tras día, era lo mismo. A veces no comía. Dejé de bañarme un largo tiempo. ¡Tenía que hacer guardia! Comencé a sufrir de insomnio. Me despidieron. Deserté ante la sociedad. El gato siempre podía burlar mis planes.
Conseguí un arma, pero lo único que logré fue destruir unas cuantas ventanas y adornar con agujeros la sala. Mi vida era un desastre y lo único en que podía pensar era en cómo deshacerme del gato. El gato, el gato, el gato, en mis sueños, convirtiéndolos en pesadillas. Sentado en el sofá desafiando mi autoridad con su presencia. Mientras tuve teléfono llamé a veterinarios, programas radiales, a desconocidos, a todos les planteaba mi problema y sólo escuchaba sus risas mientras colgaban la llamada. Estaba desesperado y tomé una decisión drástica: vendí la casa.
No pude disfrutar el poco dinero. Había adquirido muchas deudas por mi falta de empleo. Sólo entre las cuentas en pastillas para dormir y la del teléfono, era astronómica la suma. No importaba. Nunca más vería al gato blanco con manchas café.
Ahora que lo pienso bien, yo también hice lo mismo con otros, allá mientras tenía una vida diferente. Tal vez tuvieron el mismo problema.Aún hoy cuando escribo estas memorias, él me acompaña; sólo espero que estas palabras lleguen a la mayor cantidad de personas posibles, debo decirles a todos que no abran la puerta si un gato les espera. Aún así, no he perdido la esperanza de poder vivir aunque sea un día más sin el felino a mi lado... aunque, estoy casi seguro de que cuando muera él estará en la esperando que alguien abra la puerta del más allá poder colarse hasta algún sofá.
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