En un terreno llano, no mayor que el Liechtenstein actual, cada dos lunas llenas unos colosos Gigantes se acercaban a entablar combate con un ejército encargado de defender a toda costa una puerta a la que sólo tenía acceso el regente de esas tierras, el Bachiller Pasadera Gil, quien ejercía cargo de Rey. Le conocían por sus lemas, que a veces llegaban a hartar a los pueblerinos. El que más repetía era el siguiente: “todo tiene una razón, menos la razón”. Éste Rey no gobernaba mal, aunque tenía fama de ser un tanto desaseado: Las malas lenguas hasta aseguraban que su hedor podía matar a un Gigante a kilómetros de distancia…
El ejército del Rey se llamaba el “Escuadrón de la Puerta”. Ninguno de los soldados estaba de acuerdo con el nombre, pues les parecía un tanto ridículo, incapaz de infringir algún tipo de respeto. Los pueblerinos se burlaban de ellos y en más de una ocasión los soldados hablaron con el Rey para cambiarse el nombre, pero el regente no aceptó su petición.
Aún así, con ese título tonto y simple, el Escuadrón de la Puerta tenía las habilidades y estrategias más elaboradas de todo el mundo conocido para la época. Contra viento y marea debían estar cada dos lunas llenas en la puerta del Rey Pasadera Gil y defender con sus vidas la entrada. La puerta no se encontraba finamente ornamentada ni mucho menos: estaba de hecha de una madera vieja y enmohecida. Sin embargo, era gigantesca: se necesitaba un día completo con unos 150 hombres para abrirla de lleno.
Una vez el Escuadrón de la Puerta se reunió en la cantina antes de ir a luchar. Ese día bebieron más que nunca, y con cada burla sus ganas de tomar crecían astronómicamente. Cuando los Gigantes llegaron a atacar, el escuadrón estaba demasiado mareado para poder hacer algo útil. Vieron como una docena de sus adversarios entraban al cuarto, revelando un inmenso cofre. En pocos minutos lo habían sacado en hombros.
Al día siguiente, el Bachiller Pasadera Gil se acercó a la puerta y vio a los miembros del escuadrón con una resaca insoportable. El regente se asomó al cuarto y lo único que vio fue un lugar oscuro. Los soldados se sintieron avergonzados y temían el castigo que se les impondría. El Rey se les acercó y uno de los soldados más habladores se paró como pudo y le dijo:
— ¡Perdonadnos Regente, no hemos podido defender el cuarto de los Gigantes!
Sin decir nada el Rey se acercó a la puerta y arrancó un pedazo de la vieja madera. Algunos soldados se acercaron al ver un resplandor: detrás de la leñosa capa se escondía una puerta de oro macizo. El Escuadrón se quedó atónito y antes de que alguno dijera algo, el Rey Pasadera Gil dijo:
— Soldados ¿Acaso sois tontos...? ¿Acaso su nombre es el Escuadrón del Cuarto? Están aquí para cuidar “la puerta”, los Gigantes apenas se han llevado un cofre lleno con mi ropa sucia…
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