— Oscar… ¿alguna vez te enamoraste?
— Realmente no; ilusionado sí, un par de veces. Máximo tres —sonrió Oscar Richards—.
— Pero ¿cómo sabes que fueron ilusiones y no amor?.
— Las ilusiones se agotan querido Thomas: son insostenibles; en cambio lo verdadero se hace inagotable.
— Castillos en las nubes…—suspiró Thomas—
— ¿Cómo?
— Estaba recordando esa expresión: Castillos en las nubes ¿no es como la gente común cataloga el romanticismo?
— Creo que sí —asintió Oscar— Fíjate —dijo después de una pausa— lo más probable es que el amor sea una ilusión después de todo.
— O que el amor ilusione.
— ¡Ja, ja!. Estás muy poético hoy.
— Puede ser— sonrió Thomas—tal vez los seres humanos nos enamoramos más del amor que de las personas.
— Tiene sentido, muchas veces dejamos a un lado la razón y pensamos que las emociones le son incompatibles. Dejamos que el amor nos lleve directo al topos ouranös —suspiró— lo triste es que la mayoría del tiempo nos deja sin combustible de regreso.
— No lo sé. Tal vez exageras querido Oscar; aunque la idea de un amor razonable no es tan descabellada: el amor sin razón no tendría mayor causa de ser que ser y ¿cómo podrías amar a alguien que sólo es amor? ¿una persona cuya causa y naturaleza sea un mismo postulado inmutable?
— De seguro sería bastante empalagoso—contestó Oscar con sarcasmo—
— De verdad —prosiguió Thomas con tono serio— Amar al amor en sí mismo sería como amar a una premisa única y universal… si tal fuese el caso, estaría inclinado este perfecto amor a un hacer único.
— Amar —interrumpió Oscar—
— Por supuesto: sólo amaría.
— Estás hablando de una fusión entre el ser y el hacer de un individuo: Como una aleación metálica.
— ¡Que grotesca comparación!— sonrió Thomas—
— Perdón: Como una solución salina.
— Digamos mejor: como una mixtura de los colores primarios.
— Como tú digas Thomas….
Oscar Richards y Thomas Ryde estaban en el Café el Paso cuando tuvieron ésta conversación. Se despidieron con un apretón de manos y caminaron hasta sus casas; era una noche agradable, rodeada de estrellas, y como siempre, unas brillaban más que otras.
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