…y la bestia pisó la flor;
Pero él no era la flor,
Ni quien observaba.
Existen lagunas especulares, como sustantivos que se quiebran en nuestras mentes. Personajes aparecen y desaparecen, pensamientos negándose a morir. Como aquel fantasma común a los hombres: el del amor imposible; o aquellas «cadencias Bach» inmortalizadas por las líneas telefónicas. Fantasmas de la memoria, pajarillos hechos de papel flotando por las nubes del ocio, en nuestros tiempos libres, cuando la conciencia hiberna y cede sus funciones al dejá vu del alma: el inconciente. En esa sala de espera se paren muchos hijos: la ausencia y la angustia son los padres perfectos, y, la partera, la mayoría de las veces ausente, es la hermana menor, llamada rechazo. Nos aferramos jóvenes, nos aferramos al error porque es lo que tenemos más cerca; nos cuesta seguir adelante porque allí, muy lamentablemente, habita la incertidumbre, allí, muy penosamente, vive la enfermedad, el abandono y la pérdida. Nos vemos derrotados por gigantes y, cuando ellos no nos aplastan, imaginamos que la zanga dejada por sus pisadas será lo suficiente profunda como para ahogarnos cuando nuestras propias lágrimas rebosen su profundidad.
Sin embargo, tenemos el tiempo, que lo cura todo con paciencia y gratuitamente. Gracias a Dios por el pasado, ese legado de minutos que se borran tras los nuevos, en ese devenir constante del espíritu que nada hacia un vacío perfecto y escalofriantemente inmutable.
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