- Definitivamente, el paladar es el mejor cómplice de los sentidos. No se puede degustar un candelabro robado, ni saciar la sed con un Monet precariamente vigilado?bueno, de poder si, mas el cuadro perdería su valor. ¿No crees?.
- ¡Creer!. ¡Qué palabra más absurda!, Thomas; de cuándo acá, creemos en algo. La aristocracia ?crea?. Los ignorantes zarrapastrosos son quienes ?creen?; más, cuando tienen sus grotescos sueños de maravillas. Son los ?sin techo?, quienes añoran el buen vivir.
- ¡Hablas como si los conocieras de verdad!. A veces me asustas Oscar; es como si conversara con una persona totalmente diferente. Te digo; en ocasiones, estoy seguro de que te cuelas entre la gentuza a propósito.
El maestre Oscar Richards comenzó a sonreír nerviosamente. Se levantó torpemente del sofá; para dirigirse a la licorera cerca de la entrada del estudio. Llenó dos copas con su mejor vino. A la manzana le propinó un segundo mordisco; antes de arrojarla en el suelo delicadamente. A todas estas, Thomas seguía admirando el recorrido de las hojas otoñales, mientras arrastradas por su despreciable peso caían menudamente a los brazos de un pasto cuidado con esmero, por un escuadrón de jardineros hacendosos.
- Te pierdes en la naturaleza Thomas. Cómo podré convencerte de que los paisajes son la máxima expresión de lo inútil. No sirven para nada.
- Entonces, ¿por qué tanto empeño en cuidar el jardín?. ¿Por qué no cortas ese gran árbol, que otoño tras otoño, me hace venir a visitarlo?.
- Thomas Ryde, sé que eres un buen actor pero el papel de ignorante, te hace rayar en lo ridículo. Sabes muy bien, que lo cuido por las apariencias. Renunciar a ésta verde colección que tanto admiras, me causaría problemas con los botánicos; además, tendría que despedir muchos jardineros, lo cual; me haría ver como un tacaño. Pero, ¿por qué te digo todo esto?. Ya conoces bien mis motivos.
- Digamos que siento cierta afinidad, por verte justificar la existencia de algo que aborreces - dijo mientras lentamente volteaba a mirarlo ? .
- Bebe y calla. Aunque, mejor calla primero; sería una lástima que te ahogues y desperdicies siquiera una gota de este manjar.
Thomas saboreó un poco del vino. Imaginó lo esplendoroso que sabría, de habérselo robado a Oscar Richards. No le sería complicado llevarse algo de Richards, pues el señor Ryde lo conocía demasiado. Ese hombre meticuloso que adoraba más la actuación que el teatro, habría esperado un momento de distracción en su amigo el político; para sustraer la botella y esconderla cerca de la puerta. Luego, tomaría su holgado saco que guindaba inerte sobre el perchero, y, con alguna excusa tonta pero magistralmente interpretada; se agacharía cuidadosamente para envolver la botella entre la tela y finalmente escabullirse hasta su casa. Si Oscar notaba la ausencia del vino; no le sería difícil convencerlo de la culpabilidad de un empleado. Lo importante era sacar la botella; no las consecuencias.
- Oscar. ¿Crees en la fuerza de gravedad? - preguntó mientras mantenía la vista clavada en las hojas ? .
- Insistes con eso del ?creer?- murmuró ?. Pero entiendo que ésta vez, hablas de otro tipo de creencias. Te refieres a la ciencia y sus disparates?A ver Thomas; de existir la gravedad, no habría abstención electoral, pues todos se verían forzados a depositar su voto en las urnas.- respondió con un tono burlesco ?.
- Hablo en serio Oscar.
- Lo sé. Mira, no estoy seguro. Prefiero pensar que no es la gravedad, sino la
necesidad de llegar siempre hasta algún lugar, lo que hace caer las hojas; a ellas te refieres, ¿no?.
- Sí, me refiero a las hojas. Pero, de ser cierto eso; le estás dando necesidades a algo que no las tiene. ¿Qué es una hoja seca después de todo?. ¿Acaso no es más que un desecho?. La basura, como dices siempre; no tiene necesidades. Además, si el paisaje es inútil; no sería absurdo pensar, que algo de él, fuese menos inservible que el todo al cual pertenece? ¿Me estás prestando atención?.
Seguramente escuchó a medias los argumentos de su amigo mientras se acercaba mecánicamente hasta el marco de una cuadriforme y grotesca lámina de vidrio; muy rudimentaria, tal vez fabricada en Venecia cerca del 1300. Sí, Oscar era un fanático de los espejos. Las imágenes especulares lo hacían delirar, caer en un estado casi hipnótico; cosa que experimentaba Ryde en los paisajes.
No hay mucho más que decir del señor Richards: era un político y negociador importante, apodado ?el maestre?; tal vez por su fortaleza y proceder diplomático, mas que por su ética. Todo hombre y mujer de la época, considerado respetable; por lo menos, habría escuchado su nombre, en el peor de los casos, conocería algo de su enfermiza atracción por las imágenes. Ahora bien, para ese entonces su popularidad había crecido en menoscabo de su moral. Y es que Oscar robaba por placer, como una manera de descargar el stress de su trabajo; terapia que secundaba Ryde, más por práctica teatral que por problemas de tensión laboral. En fin, eran tiempos duros para Richards: se respiraban aires de conflicto que le exigían dedicación vitalicia a los asuntos de Estado; como era de esperarse, el caudal de robos iba en aumento.
Con el maestre perdido en su imaginación; la ocasión esperada por Thomas no podía ser más acertada. Dejó la copa en el piso cerca del ventanal. Se pasó ambas manos por la cara y respiró hondo. No lo pensó un minuto más. Inmediatamente, con una fe ciega en sus cualidades teatrales se desplazó cual diente de león hasta la licorera. Volteaba periódicamente, y lo único que veía era a Oscar enfrascado en un enigma, que sólo a él le fascinaba. Todo marchaba bien pero en un descuido no más duradero que un pestañeo; su pie izquierdo, se encontró con una manzana mordisqueada. Rápidamente cayó toscamente en el marmóreo y frío suelo. Apenas el grito de dolor liberado por Thomas Ryde, cuando su espalada se empalmó con el piso; causó mella suficiente en la concentración insana de Oscar Richards.
- ¿Qué te ha pasado? -preguntó Oscar exaltado-
- ¡No me toques! ¡No me muevas! - gritó- , mejor llama a un médico.
- ¡Cálmate!. Nunca he visto tanto pánico en tu rostro, Thomas. ¿Qué??
- ¿Qué ha pasado?. Venía a buscar un poco más de vino, y he tropezado con la manzana.
- Entiendo. Mira, haré llamar al médico. Dame un minuto.
Oscar abandonó el estudio velozmente. Thomas, tuvo que contener la risa. Si bien el golpe fue bueno, exageró su dolor. Tal vez, esa había sido su mejor actuación en años. Era una lástima, pues ningún agente teatral estuvo para verla. Sin embargo, un papel en una obra shakesperiana, no era a lo sumo importante. Su prioridad era terminar con el trabajo.
Nuevamente emprendió camino hasta la licorera: tomó con entusiasmo la botella y le escondió detrás de la puerta; que estaba abierta a todo dar cual gloria a hombre santo. Ryde, estaba ahora en un dilema. Podía recostarse una vez más en el piso y seguir la simulación ó quedarse de pie dramatizando un dolor de espalda; ahora pasajero. No tuvo tiempo para decidir: Richards había llegado al estudio.
- ¡Thomas! ¿Qué haces de pie?
- Al parecer, no era tan grave. Creo que fue más el miedo, que el dolor en sí mismo. Lamento si ya hablaste con el médico.- dijo mientras un tanto encorvado, sobaba su espalda-.
- Viene en camino. Pero no te preocupes, no está de más que le echen un vistazo a ese dolor.
- ¿Por qué me hablas en ese tono? ¿Acaso te parece gracioso mi accidente?. Eso nos pasa por robarle manzanas a los mercaderes?tú y tus paseos por la gentuza. ¿Qué te costaba mandar a comprarlas?. Ahora, el tonto discurso que dijiste en medio del mercado, te quedo de lo más marginal. Ni tú te lo creíste. ¿Impuestos según los ingresos de cada quién?. Está bien que ahora desees ser más que un parlamentario?pero prometer esas cosas. ? replicó Ryde con dramatizada molestia - .
- Pues, me río porque ahora si creo en la fuerza de gravedad. ¿Por qué tenías de llegar al piso?. Creo que con esto, tendré que redefinir mi concepción sobre las necesidades, ya que no tenías ninguna. Además, qué hablas de robar; si nos fascina hacerlo. De lo otro, puede que haya exagerado un poco, ¿y qué?. Te aseguro que los impuestos, si las cosas empeoran, no serán tema de conversación.
El comentario llenó de intriga a Thomas Ryde. Pero no por la confesión, ya que en efecto ambos degustaban el robo deportivo? ¿Qué cosas debían empeorar?, peor aún; ¿por qué redefinir sus necesidades? ¿hasta que punto, Oscar Richards estaba sumiso ante el espejo? Si lo escuchó hasta el final; puede que también lo haya visto en su actitud sospechosa. Tentando a su suerte, Ryde, caminando con un falso cojeo; se recostó de lleno en el sofá cerca del ventanal que tantas veces le abrió las puertas al jardín. Trataba de ocultar su bebida?Oscar, recogió la manzana y lo siguió. Ya en ventanal tomó la copa apenas con un sorbo menos de vino, atizado por su amigo el actor. Thomas estaba perdido. Seguramente el maestre conjeturaría rápidamente todos los cabos sueltos. Ya dibujaba en su mente, el interrogatorio en manos del político: ?¿Por qué buscarías más vino para una copa llena? ¿Por qué, en tal caso; no llevabas la copa contigo hasta la licorera??. Un leve sentimiento de angustia invadió a Ryde, mientras Oscar le acercaba el vino con una mirada pícara.
- ¿Sabes, si ésta manzana fuese el mundo? ¿Qué harías?- le preguntó Oscar.
- ¿Qué te ha pasado? -preguntó Oscar exaltado-
- ¡No me toques! ¡No me muevas! - gritó- , mejor llama a un médico.
- ¡Cálmate!. Nunca he visto tanto pánico en tu rostro, Thomas. ¿Qué??
- ¿Qué ha pasado?. Venía a buscar un poco más de vino, y he tropezado con la manzana.
- Entiendo. Mira, haré llamar al médico. Dame un minuto.
Oscar abandonó el estudio velozmente. Thomas, tuvo que contener la risa. Si bien el golpe fue bueno, exageró su dolor. Tal vez, esa había sido su mejor actuación en años. Era una lástima, pues ningún agente teatral estuvo para verla. Sin embargo, un papel en una obra shakesperiana, no era a lo sumo importante. Su prioridad era terminar con el trabajo.
Nuevamente emprendió camino hasta la licorera: tomó con entusiasmo la botella y le escondió detrás de la puerta; que estaba abierta a todo dar cual gloria a hombre santo. Ryde, estaba ahora en un dilema. Podía recostarse una vez más en el piso y seguir la simulación ó quedarse de pie dramatizando un dolor de espalda; ahora pasajero. No tuvo tiempo para decidir: Richards había llegado al estudio.
- ¡Thomas! ¿Qué haces de pie?
- Al parecer, no era tan grave. Creo que fue más el miedo, que el dolor en sí mismo. Lamento si ya hablaste con el médico.- dijo mientras un tanto encorvado, sobaba su espalda-.
- Viene en camino. Pero no te preocupes, no está de más que le echen un vistazo a ese dolor.
- ¿Por qué me hablas en ese tono? ¿Acaso te parece gracioso mi accidente?. Eso nos pasa por robarle manzanas a los mercaderes?tú y tus paseos por la gentuza. ¿Qué te costaba mandar a comprarlas?. Ahora, el tonto discurso que dijiste en medio del mercado, te quedo de lo más marginal. Ni tú te lo creíste. ¿Impuestos según los ingresos de cada quién?. Está bien que ahora desees ser más que un parlamentario?pero prometer esas cosas. ? replicó Ryde con dramatizada molestia - .
- Pues, me río porque ahora si creo en la fuerza de gravedad. ¿Por qué tenías de llegar al piso?. Creo que con esto, tendré que redefinir mi concepción sobre las necesidades, ya que no tenías ninguna. Además, qué hablas de robar; si nos fascina hacerlo. De lo otro, puede que haya exagerado un poco, ¿y qué?. Te aseguro que los impuestos, si las cosas empeoran, no serán tema de conversación.
El comentario llenó de intriga a Thomas Ryde. Pero no por la confesión, ya que en efecto ambos degustaban el robo deportivo? ¿Qué cosas debían empeorar?, peor aún; ¿por qué redefinir sus necesidades? ¿hasta que punto, Oscar Richards estaba sumiso ante el espejo? Si lo escuchó hasta el final; puede que también lo haya visto en su actitud sospechosa. Tentando a su suerte, Ryde, caminando con un falso cojeo; se recostó de lleno en el sofá cerca del ventanal que tantas veces le abrió las puertas al jardín. Trataba de ocultar su bebida?Oscar, recogió la manzana y lo siguió. Ya en ventanal tomó la copa apenas con un sorbo menos de vino, atizado por su amigo el actor. Thomas estaba perdido. Seguramente el maestre conjeturaría rápidamente todos los cabos sueltos. Ya dibujaba en su mente, el interrogatorio en manos del político: ?¿Por qué buscarías más vino para una copa llena? ¿Por qué, en tal caso; no llevabas la copa contigo hasta la licorera??. Un leve sentimiento de angustia invadió a Ryde, mientras Oscar le acercaba el vino con una mirada pícara.
- ¿Sabes, si ésta manzana fuese el mundo? ¿Qué harías?- le preguntó Oscar.
La interrogante lo dejó perplejo. ¿Acaso no sospechaba nada?. Oscar había fijado la mirada en su aborrecido paisaje mientras daba vueltas a la manzana con ambas manos. Parado allí; firme, tan inmutable y abstraído como viéndose en un espejo. Tal reacción aterró a Ryde. Era normal verle en esa postura ante un metal pulido; pero no con un paisaje lleno de jazmines, rosas, enredaderas y su despreciado árbol central. Allí, como si nada, sin asco por mirar a través del vidrio; con la visión deprimida, mordiendo levemente su labio inferior... apretando cada vez más fuerte la manzana y lanzado un suspiro de derrota que empañaba sutilmente el ventanal. Algo le pasaba; debía existir una causa que Ryde desconocía. Ese amigo, el gran maestre de la política y ponderación diplomática dejaba de ser él mismo nuevamente.
- Algo te aqueja ó eres mejor actor que yo, Oscar. Nunca te había visto así ? dijo Ryde, mientras se sentaba en el sofá - .
- Algo te aqueja ó eres mejor actor que yo, Oscar. Nunca te había visto así ? dijo Ryde, mientras se sentaba en el sofá - .
El señor Richards sonrió. Detuvo el obsesivo movimiento de la manzana entre sus dedos y bajó la mirada para verla detalladamente. Sus manos, estaban manchadas con sus jugos; un tanto pegajosas por el azúcar natural. La sostuvo con la mano derecha y la acercó a su visión. Con la izquierda buscó un pañuelo en el bolsillo de su pantalón. Era zurdo, así que no tuvo problemas en limpiar la manzana con la tela. El fruto estaba arruinado; oxidado por el contacto malsano con el aire. Además, había soportado la tortura de Oscar, dos mordiscos y el nada despreciable peso de Thomas le había arrancado otro pedazo. La actitud de Richards, sólo causó más inquietud en el actor.
- Pues, si fuese el mundo?podría decir, que tuve el honor de pisarlo; y tú, el gusto de saborearlo y exprimirlo.
- Entiendo. Pero, ahora; en estas condiciones, ¿qué harías con la manzana?. Si la consigues así; ¿aún te sería atractiva?.
- Honestamente, no. Si el mundo es la manzana; y la consigo así, te seré franco: Me iría al lado más limpio y menos maltratado.
- Pues, si fuese el mundo?podría decir, que tuve el honor de pisarlo; y tú, el gusto de saborearlo y exprimirlo.
- Entiendo. Pero, ahora; en estas condiciones, ¿qué harías con la manzana?. Si la consigues así; ¿aún te sería atractiva?.
- Honestamente, no. Si el mundo es la manzana; y la consigo así, te seré franco: Me iría al lado más limpio y menos maltratado.
Oscar se dio la vuelta y su caminata hasta el lugar del accidente fue seguido por la mirada de Ryde; que tenía un ojo detrás de la puerta y el otro en el maestre. Richards buscó el pedazo de manzana que faltaba y lo envolvió entre el pañuelo junto al resto del fruto. Se acercó nuevamente al ventanal. Thomas, cada vez más confundido; apenas escuchó la pregunta de su amigo.
- ¿Crees que se pueda reconstruir?
- Oscar, ¿qué te pasa?.
Antes de que Ryde respondiera, la presencia del médico acompañado por el fiel mayordomo interrumpió la concentración de los amigos. Sin dejar el pañuelo y su contenido, Oscar se apresuró en acercarse al doctor para estrechar su mano. Thomas pudo ver la expresión de asco en el galeno cuando sintió el pegajoso néctar de manzana en su mano. El actor no se movió de su lugar; quietamente en el sofá dejó al político explicar todo al médico mientras lo acercaba a su presencia. El mayordomo rompió en marcha segura hasta la presencia del maestre, secreteó con él un rápido comentario en su oreja; y de ipso facto el rostro del señor Richards tomó una forma deprimente por segunda ocasión. Se excusó rápidamente del estudio, con el pretexto de que tenía una llamada importante por hacer. El doctor examinó meticulosamente a Ryde; quien le afirmaba que ya todo el dolor se le había pasado. Unos cinco minutos después, Oscar entró nuevamente. Venía alterado y despidió al médico un tanto groseramente. En su ausencia; fue hasta la puerta y tomó del improvisado escondite la botella de vino. Caminó hasta Ryde, el cual, paralizado; sintió un frío de terror y verguenza recorriendo su espalda. Oscar sonreía penosamente. Primero, le entregó la botella; luego el pañuelo con la manzana.
- Agarre señor Thomas Ryde. Siempre supe lo del vino. No pongas esa cara que a mí no me molesta; sólo, debes practicar más. Vamos, agarra la botella; tal vez no te sabrá tan dulce como ésta manzana robada. Ahora; ¿recuerdas lo que hemos hablado? si todo lo que has dicho sobre el contenido de ésta frágil tela, es cierto; te recomiendo amigo mío que salgas del país.
Oscar le explicó todo a Ryde. Desde entonces, más nunca se hablaron. El gran jardín murió lentamente a manos del descuido; haciendo realidad el sueño del político? aunque Richards no tuvo tiempo para despreciar otro paisaje, mucho menos, para mirarse en un espejo, aún así ni el gran maestre pudo detener lo inminente. Ese día, la segunda guerra mundial había comenzado.
- ¿Crees que se pueda reconstruir?
- Oscar, ¿qué te pasa?.
Antes de que Ryde respondiera, la presencia del médico acompañado por el fiel mayordomo interrumpió la concentración de los amigos. Sin dejar el pañuelo y su contenido, Oscar se apresuró en acercarse al doctor para estrechar su mano. Thomas pudo ver la expresión de asco en el galeno cuando sintió el pegajoso néctar de manzana en su mano. El actor no se movió de su lugar; quietamente en el sofá dejó al político explicar todo al médico mientras lo acercaba a su presencia. El mayordomo rompió en marcha segura hasta la presencia del maestre, secreteó con él un rápido comentario en su oreja; y de ipso facto el rostro del señor Richards tomó una forma deprimente por segunda ocasión. Se excusó rápidamente del estudio, con el pretexto de que tenía una llamada importante por hacer. El doctor examinó meticulosamente a Ryde; quien le afirmaba que ya todo el dolor se le había pasado. Unos cinco minutos después, Oscar entró nuevamente. Venía alterado y despidió al médico un tanto groseramente. En su ausencia; fue hasta la puerta y tomó del improvisado escondite la botella de vino. Caminó hasta Ryde, el cual, paralizado; sintió un frío de terror y verguenza recorriendo su espalda. Oscar sonreía penosamente. Primero, le entregó la botella; luego el pañuelo con la manzana.
- Agarre señor Thomas Ryde. Siempre supe lo del vino. No pongas esa cara que a mí no me molesta; sólo, debes practicar más. Vamos, agarra la botella; tal vez no te sabrá tan dulce como ésta manzana robada. Ahora; ¿recuerdas lo que hemos hablado? si todo lo que has dicho sobre el contenido de ésta frágil tela, es cierto; te recomiendo amigo mío que salgas del país.
Oscar le explicó todo a Ryde. Desde entonces, más nunca se hablaron. El gran jardín murió lentamente a manos del descuido; haciendo realidad el sueño del político? aunque Richards no tuvo tiempo para despreciar otro paisaje, mucho menos, para mirarse en un espejo, aún así ni el gran maestre pudo detener lo inminente. Ese día, la segunda guerra mundial había comenzado.
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