Prólogo a la soledad


En mi cuarto vive un ratón. Es un ratón pequeño. A veces por las noches escucho cuando rasga con sus dientes una bolsa o una caja. Sí, realmente en mi cuarto vive un ratón; no sé si es hijo de una rata o de una ratona; no sé si las ratas pueden tener hijos ratones tampoco. A este ratoncito (le digo así de cariño) le puse por nombre To-tó.

Al principio To - tó me incomodaba (sobre todo por las noches que es cuando más sale; porque es bastante tímido; es muy raro verlo durante el día), pero con el paso del tiempo me fui acostumbrando a la compañía. A veces me molestaba, de veras. Ya cuando lograba conciliar el sueño venía y comenzaba a roer algo. Entonces agarraba cualquier cosa cerca de mi mano y lo arrojaba a donde creía se podía encontrar, para ver si lo asustaba. La estrategia funcionaba por un rato, sin embargo volvía. De vez en cuando me paraba y encendías las luces, pero apenas y lo que hacía era escuchar el correteo y como tropezaba con la pata de la mesita de noche. Con el tiempo me adiestré en cuanto a detectar la hora exacta en que iba a salir, pues no lo hacía todas las veces igual, en ocasiones variaba la frecuencia. Cada cinco días no salía y en el transcurso de los primeros seis meses entendí que cuando el día era muy cálido dejaba de salir hasta dos noches seguidas. En los días muy fríos apenas y lo sentía roer dos o tres veces; cuatro máximo. Tiene sus mañas To-tó.

Una vez me preocupé porque no salió durante una semana. Pensé que le había pasado algo, pero revisando el cuaderno donde anoto sus visitas me fijé en que cada ocho meses sumaba un día de ausencia durante la última semana de abril (el próximo año sé que para esa fecha no vendrá hasta el primero de junio) y según mis cálculos durante los años bisiestos lo más seguro es que deje de venir un día más.

En cuanto a comidas, no me preocupo. Trato sí de que siempre encuentre algo que haga ruido para saber que anda por allí; cuando lo escucho me paro de la cama y enciendo las luces. Estamos acostumbrados: yo me hago el que estoy molesto y el asustado, pero todo es parte de nuestra amistad. Después de unos cinco minutos lo ubico: veo su cola en el mismo sitio, pronuncio su nombre como una advertencia ¡Hay To –tó!, anoto la frecuencia en el cuaderno y me acuesto a dormir. El máximo número de visitas que he tenido en una noche ha sido 30 y durante el día unas 14 (me imagino que deben ser más, pero con el ruido diurno se me hace difícil detectarlo).

A groso modo no tengo más que decir; sólo puedo agregar que si To – tó me encuentra despierto ya nada tendría gracia, por eso…, buenas noches.

No hay comentarios:

Publicar un comentario